viernes, 4 de febrero de 2011

ESCENAS DE CINE MUDO: JERUSALÉN (2005)

A partir de un álbum de fotografías el escritor leonés Julio Llamazares relata en "Escenas de cine mudo" su infancia en una remota aldea minera leonesa. Son textos conmovedores, condimentados con "unas pocas palabras verdaderas". Yo voy a plagiar a mi amigo y paisano e intentaré transmitir las sensaciones y reflexiones vividas en alguno de mis viajes. Espero que el maestro Julio perdone mi atrevimiento.


Fuera del espacio, más allá del tiempo Jerusalén se manifiesta como una ciudad epidérmica, inabarcable. Un lugar donde la "Fe" adquiere forma, peso, piel y corazón. La sientes en cada plegaría, en cada gesto compulsivo y reiterativo de los fieles. La vives en el pequeño habitáculo lateral dónde se refugian los judíos más ortodoxos, sentados en cojines carmesí o arrodillados en reclinatorios de madera, genuflexos ante un atril sobre el que descansa La Torá.

Más allá del Muro, después de férreos controles de seguridad, el barrio judío semeja un gueto medieval de cualquier país centroeuropeo. Calles estrechas, hombres con levitas y tirabuzones, cubiertos con la kepá, deambulan como sombras por las callejuelas, entre pequeños edificios empedrados. El libro sagrado a unos centímetros de los ojos, aislados, solos con su dios y sus ritos. Silencio, quietud, orden. Apenas ves mujeres. Las que hay, jóvenes de una ONG, sirven de guías improvisadas para el viajero aturdido y desorientado. Allí, en la judería, comienza la Vía Dolorosa, arteria central de la ciudad. El descenso de la Vía Dolorosa es una experiencia íntima, irrepetible.

De repente, el viajero oye un ruido extraño. Acaba de pisar una lata de refresco. "Imposible", piensa. Un signo de desorden en aquel mundo... "Imposible", se repite. Pero no, sin darse cuenta, en la misma Vía Dolorosa, todo cambia. Un paso, sólo un paso más adelante entra en el mundo árabe. Levanta la cabeza: decenas de tenderos (todos hombres) acechan para abalanzarse con sus mercancías en las manos. Emiten extrañas palabras, pero todas parecen significar lo mismo: "compra, compra, compra".

Sorprendido, el viajero retrocede apenas unos metros y vuelve el silencio, la quietud. Avanza y el mundo se convierte en un bazar angosto y abirragado. El suelo alfombrado de latas, de desperdicios, de restos de comida. Gargantas que gritan hasta el espasmo. Nños por todas partes, revoloteando como abejas en un panel. Es como el aleph, pero con dos ventanas: una hacia la silente soledad; la otra hacia el tumulto ensordecedor.

Allí, el viajero comprende que en realidad existen muchos mundos y que todos caben en esta diminuta ciudad, fuera del espacio, más allá del tiempo.

(Redeyes)

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